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viernes, 22 de mayo de 2009
Reivindicación de una definición subjetiva de la culpa
TEORÍA DE LA MEDICINA
Reivindicación de una definición subjetiva de la culpa
Pedro Gutiérrez Recacha
Psicólogo. Doctor por el Departamento de Psiquiatría de la Universidad Autónoma de Madrid.
15 Mayo 2009
Sobre la culpa considerada como patología
Friedrich Nietzsche
Es posible una visión más profunda del concepto de culpa en la que puede tener cabida incluso una dimensión positiva, hasta terapéutica, de la misma.
Hoy en día, la culpa no goza de buena prensa. Esta afirmación es un hecho, al menos en lo que se refiere a nuestra sociedad, y para constatar su veracidad bastaría un simple ejercicio: perdernos en la sección de libros de unos grandes almacenes cualesquiera y echar un vistazo a las estanterías reservadas a los volúmenes de psicología. A buen seguro encontraríamos allí un puñado de manuales de autoayuda que nos advertirían de los peligros de una conciencia excesivamente severa o escrupulosa y que nos proporcionarían diversos medios para evitar culpabilizarnos y librarnos de una vez por todas de ese sentimiento negativo y perturbador. A juzgar por este somero vistazo, se diría que la culpa casi constituye un diagnóstico psicopatológico que, como la esquizofrenia o la depresión, bien podría haber sido incluido en clasificaciones médicas como el DSM-IV o la CIE-10.
Tal vez fuera el hoy denostado psicoanálisis el primero en abrir la veda dibujando la culpa con trazos patológicos dentro de su particular teoría de la psiquiatría (estableciendo un vínculo entre culpa y neurosis), pero la desconfianza ante la misma se ha extendido incluso hasta las ramificaciones más pretendidamente científicas de la medicina y la psicología. Hoy en día, las neurociencias nos advierten sin reparos que han conseguido desentrañar el secreto del sentimiento de culpa y que, a la postre, éste no constituía más que un patrón –uno más– de actividad cerebral.
La tradicional relación del concepto de culpa con el ámbito religioso, en una sociedad cada vez más secularizada como la nuestra, no ha hecho sino aumentar la desconfianza respecto al mismo. Y, sin embargo, a pesar del embate de la ciencia y la cultura contemporáneas, uno no puede evitar la vaga intuición de que tras el concepto de culpa se oculta mucho más que la visión negativa que éstas nos proporcionan (y para ser partícipe de tal intuición, quizá basta con haber experimentado alguna vez un auténtico sentimiento de culpa en nuestra vida). ¿Es posible, entonces, una visión más profunda del concepto de culpa, en la que pueda haber cabida incluso a una dimensión positiva, hasta terapéutica, de la misma? A mi modo de ver, la respuesta a esta pregunta es afirmativa.
Suspicacia hacia el concepto de culpa
En esta suspicacia contemporánea hacia el concepto de culpa (¡cómo en tantas otras cuestiones!), la psicología y la psiquiatría no hacen sino transitar por caminos que ya habían sido desbrozados mucho antes por el pensamiento filosófico. Si volvemos a éste nuestra mirada y, en concreto, la situamos al final del siglo xix, encontraremos allí a uno de los mayores fustigadores –si no el mayor– del concepto de culpa que ha conocido la historia intelectual de la humanidad. Por ello, ¿qué mejor forma de comenzar un alegato en defensa de la culpa que enfrentándonos al mismísimo Friedrich Nietzsche? En la segunda parte de La genealogía de la moral (1887), el filósofo alemán se lanza a un análisis genético del concepto de “mala conciencia”. En el análisis nihilista nietzscheiano del concepto de culpa (Schuld) no hay lugar para un significado auténticamente moral del mismo. El origen del término habría de ser buscado más bien en el ámbito del comercio y de las transacciones: en concreto, en la relación contractual entre acreedor y deudor. Una vez demostrada la imposibilidad de satisfacer la deuda por parte del segundo, el primero decidiría procurarse su retribución mediante la imposición de un castigo. A falta del cumplimiento de lo prometido, el sufrimiento del deudor aportaría al acreedor una placentera sensación sustitutiva:
“Ver sufrir produce bienestar; hacer sufrir, más bienestar todavía –ésta es una tesis dura, pero es un axioma antiguo, poderoso, humano-demasiado humano, que, por lo demás, acaso suscribirían ya los monos; pues se cuenta que, en la invención de extrañas crueldades, anuncian ya en gran medida al hombre y, por así decirlo, lo «preludian»” .
El sentimiento de culpa adquiere así una justificación social, en la medida en que constituye una forma de castigo: esto es, la culpa como dolor que un individuo inflige a otro, y tras el que subyace un mecanismo de dominación. Pese a la vehemencia del argumento, el razonamiento de Nietzsche no resulta plenamente convincente. Muchos son sus puntos débiles, pero, a mi modo de ver, dos son las principales objeciones que podemos presentar en su contra.
La primera, la discutible pertinencia de un análisis genético a la hora de determinar la legitimación moral de un concepto (¿verdaderamente este presunto origen histórico “impuro” del sentimiento humano de culpa resta un ápice de autenticidad –incluso de autenticidad moral– al sentimiento de culpa que yo puedo experimentar subjetivamente?).
La segunda, y de mayor envergadura, es el desplazamiento de la esencia de la culpa del terreno de lo individual al de lo social. Para Nietzsche, la culpa no es sino interiorización del castigo. Si definimos la culpa como una clase particular de dolor cuya única nota distintiva recae en el sentimiento de placer que provoca en otro individuo (el supuesto “acreedor moral”) resulta difícil no caer en una contradicción: lo esencial para definir el concepto de culpa no es la percepción de nuestro propio sentimiento, sino cómo éste es percibido por otros.
Relaciones de poder
El análisis de Nietzsche resulta indudablemente valioso como admonición acerca del peligro subyacente en la manipulación ajena del sentimiento de culpa, o, dicho de otra manera, resulta una notable advertencia sobre cómo el fomento del sentimiento de culpa puede convertirse en herramienta para el establecimiento de relaciones de poder y dominio entre los seres humanos. Sin embargo, si la culpa es una debilidad, ¿por qué permitimos que aparezca? Es más, ¿por qué se da este particular sentimiento incluso en las ocasiones en las que no puede llegar a ser manipulado por intereses ajenos?
Tales interrogantes no podrían ser respondidos por Nietzsche por la sencilla razón de que la descripción que nos ofrece del concepto de culpa no puede ser considerada completa. En ella falta una dimensión fundamental. El filósofo alemán observa la culpa desde el exterior, pero jamás penetra en las entrañas del individuo que se siente culpable. La denuncia de la manipulación adopta así un punto de vista externo, proscribiendo la voz del propio individuo que siente culpa (uno estaría tentado a añadir, a modo de boutade, que este olvido fundamental sólo podría explicarse asumiendo que el propio Nietzsche jamás experimentó en su vida un auténtico sentimiento de culpa…).
Por otro lado, obsérvese como la posición de Nietzsche no se diferencia, si consideramos sólo este sentido, de la esgrimida por la neurociencia actual, empeñada en encontrar una definición “objetiva” de la culpa (aunque ésta ahora vendría a identificarse con la localización de determinadas áreas corticales responsables de la aparición de la sensación de culpabilidad en el sujeto). En ambos casos, el supuesto “experto” (filósofo o científico) se arroga la capacidad de definir en qué cosiste el sentimiento de culpa aplicando un criterio estrictamente externo al sujeto, poniendo en duda la relevancia de los procedimientos introspectivos. Pensemos, por ejemplo, que a pesar de que el científico pueda disponer de técnicas avanzadas de neuroimagen, ¿cómo puede saber que realmente el sujeto experimental está sintiendo culpa en el momento de ser analizado? En un intento de garantizar la objetividad de experimento, intentará buscar una medida “empírica” que permita dar constancia de la presencia de dicho sentimiento (un test suministrado al paciente, una entrevista estructurada…), pero muy difícilmente podría considerarse como criterio el propio testimonio del sujeto: “En estos momentos, me siento culpable”.
Objetivización de la noción
Llegamos así a una primera conclusión relevante: la objetivización de la noción de culpa siempre implicará una definición incompleta de la misma, en la medida en que supone prescindir de sus complejas manifestaciones subjetivas. Es ciertamente una posibilidad más que estimable que, contrariamente a la opinión de Nietzsche, podamos adjudicar al concepto de culpa un origen individual, puramente subjetivo, de modo que cumpla una función dentro de la vida psíquica de la persona, independientemente de que este sentimiento pueda o no ser manipulado por intereses ajenos. Ahora bien, incluso concediéndole al genial nihilista que el sentimiento de “mala conciencia” hubiera nacido en el ámbito de lo contractual, de lo económico, del entramado de relaciones de poder subyacente a una estructura social, y que de ahí hubiera dado el salto al terreno ético-religioso, cabría preguntarse si es posible suponer que un concepto puede llevar a cabo una excursión tan azarosa sin sufrir modificaciones de consideración en su propia naturaleza.
Nietzsche señala un posible origen del concepto de culpa, pero, llevado quizá por una cierta pereza intelectual o tal vez por un exceso de complacencia en su propia vehemencia, renuncia a seguir hasta el fin el rastro del concepto de culpa desde su supuesto origen hasta su localización actual dentro del espacio ético-religioso. Y es en este ámbito donde la dimensión subjetiva del concepto de culpa pasa a un primer plano. De ahí que para aproximarnos a una posible dimensión terapéutica de la culpa resulte imprescindible un acercamiento desde el punto de vista de la moral a dicha noción. Pero esa aproximación queda pendiente para un próximo artículo que ha de continuar las ideas esbozadas en éste.
Referentes filosóficos
Friedrich Nietzsche
El filósofo, poeta y filólogo alemán Friedrich Wilhelm Nietzsche (Röcken, 15 de octubre de 1844-Weimar, 25 de agosto de 1900) es considerado uno de los pensadores más influyentes del siglo XIX.
Nietzsche realizó una crítica exhaustiva de la cultura, la religión y la filosofía mediante una deconstrucción de sus conceptos basada en el análisis de las actitudes morales (positivas y negativas) hacia la vida. Este trabajo afectó profundamente a las generaciones posteriores de teólogos, filósofos, psicólogos, poetas, novelistas y dramaturgos.
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